lunes, 23 de marzo de 2020

El virus de la nocturnidad

Me desvelo cerca de la medianoche. No consigo dormir. Me digo que es debido a la cuarentena que estamos viviendo, que me hace salir de una rutina a la que empiezo a echar de menos. Una rutina que me mantenía en un horario, unas tareas, una dieta, unas costumbres, unas liberaciones y también unas obligaciones. Quien sabe que ocurre. Puede ser debido al café tomado a media tarde sin pensar en su efecto, o debido a la preocupación del estado de alarma. Toda excusa por el famoso motivo en boca de todos me parece adecuada. Aunque quizá no sea la acertada.

Sin más luz que la de un resplandor de pantalla del portátil que acoge sus teclas, empiezo a reencontrarse a mí mismo, con aquel que no dejaba antaño de teclear o escribir en papel sin descanso, dejando solo que las palabras fluyesen, que si acaso más tarde daría coherencia a los párrafos escritos, escribiendo a vuelapluma. ¿Añoranzas de un yo pasado que no volvería jamás? Espero que no, todo es culpa del virus, aunque quizá no.

Los años del salvaje oeste, donde el solitario, soltero y libre muchacho iba y venía a su antojo, sin límites, sin horas, sin preocupaciones, sin ataduras... Esos años quedaron atrás, por un amor, el que llamaba amor verdadero, aquel que siempre soñé y que sin embargo nunca había estado del todo preparado para cuando llegase a mí. Ese que a día de hoy sigo luchando por comprender, por perfeccionar, por no perder, por no olvidar. Una lucha sin cuartel, donde cada batalla interna es crucial, donde la guerra solo conoce un final, y nunca será bueno. Todo es culpa del virus, aunque quizá no.

Mañana tocará ir a buscar algunas cosas al supermercado para seguir resistiendo en la fortificación en lo alto del castillo. Desde las almenaras se veía el horizonte infinito, la naturaleza reinaba a sus anchas, quien sabe, incluso parecía que en algún momento de rebeldía, la madre Tierra tomase el control de todo y esto se pareciese cada vez más a una película de Roland Emmerich. Y a pesar de estar ahí arriba, con buenas vistas de cualquier cosa que pudiese llegar, tengo miedo de lo que pueda hacerlo de modo invisible. La angustia, la ansiedad, la falta de confianza, el estrés, el querer un abrazo de alguien que no tienes al lado, la conversación mano a mano con alguien de cualquier tema trivial mirándole a los ojos, el sentimiento de un ser humano que no ves a menudo y querer estar a su lado sin preocuparte por la posibilidad de que pueda contagiarte algo... Todo es culpa del virus, en este caso quizá sí.

5 minutos para medianoche, quien lo diría. Meses desde mi última entrada a vuelapluma, solo escribiendo listas de tareas realizadas en forma de programas de radio y podcast, y el resultado de volver a ello es ponerme a pensar en negativo, ni en positivo, ni en relatos de esos que me salen a veces tan interesantes, ni crónicas. No, solo negativo. Será un episodio, mañana estaré mejor. Todo es culpa del virus, aunque quizá no. Debo controlar mejor los cafés que tomo.


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